El pasado julio se realizó el Women Deliver Conference 2023 en Rwanda, donde asistieron un gran número de mujeres feministas, activistas y defensoras de los DDHH de distintas partes del mundo, con el fin de reunirse en torno a la igualdad de género y las luchas políticas y de derechos para las mujeres. Entre las invitadas estaba Jessica Fernandez (mexicana, podcaster y feminista), quien en su viaje fue invitada a entrevistar a un grupo de mujeres de la Fundación Duhozanye, fundada por mujeres sobrevivientes del genocidio de Rwanda. Estas mujeres le extendieron una invitación para que las entrevistaran, y así sus historias trascenderían fronteras. Y sí, eso sucedió, pero todo tomó otro rumbo.
Un post en redes sociales donde se ve a Jessica en repetidas veces replicar el estilo visual del altruismo de Lady Di en el 97 (porque entendamos que estas imágenes no son al azar), despertó una reacción en activistas antirracistas y decoloniales en México y otros países de LATAM. Estxs activistas sostienen argumentos referentes al salvacionismo blanco, el feminismo y las formas de ejercerlo de Jessica. Pero, ¿por qué estamos hablando de esto y por qué nos interesa en Venezuela?
Importa porque sacude nuestros planteamientos alrededor del feminismo que ejercemos, y de las formas en que se siguen replicando narrativas que terminan derivando en estos debates, y sí, bienvenides a la incomodidad.
Lo que desde hace días es viral, nos abre un espacio desde lo individual para cuestionarnos, toca nuestra sensibilidad y subjetividad en relación al salvacionismo blanco que hemos visto repetirse una y otra vez, este salvacionismo que otroga posicionamiento social a políticxs, activistas y ahora creadoras y creadores de contenidos, alejando la atención de quienes deberían ser la primera persona en sus propias historias.
Personalmente, no puedo acusar a Jessica (ni a nadie) como salvadora blanca, porque no conozco sus intenciones, pero sí podría decir que su equipo de producción y el de todas las personas que tienen plataformas tan grandes como la de ella, que deberían tener dentro de su equipo de producción, o por lo menos para estas entrevistas, la visión y opinión de una mujer racializada, puesto que su narrativa visual no nos hubiese llevado como movimiento o individualidades a señalarla (o no) como una salvadora. No estaríamos juzgando su activismo (personalmente no lo hago porque sé que todo es sistemático y atacar a una persona no lo va a resolver), y en cambio estaríamos interesades en el producto final de ese sneak peek que la ha sometido desde la funa en redes hasta amenazas en contra de su seguridad (lo cual recalco como preocupante dentro de los movimientos sociales, no creo que nadie merezca sentir que su vida peligra por la forma en que ejerce su profesión). No podemos buscar la paz haciendo la guerra.
Lo que quiero mostrar es que, la construcción de las imágenes y las narrativas visuales que nos sugieren a una salvadora blanca siempre en el centro, rodeada de personas, en este caso mujeres racializadas, que le miran con atención y profunda admiración, mientras esta persona ocupa toda la atención del lugar, debe terminar. Una perspectiva interseccional en la comunicación verbal, escrita y gráfica, nos permite generar diálogos alejados del eurocentrismo que ha dominado el discurso en el mundo moderno. Entender que contar historias requiere de una sensibilidad que ojalá nazca desde las vivencias, nos dice a los movimientos sociales que debemos buscar la pluralidad de perspectivas si queremos alcanzar soluciones que nos beneficien a todes y no a una minoría como siempre; hay una necesidad de ir en contra de la hegemonía, ya que esto nos aseguraría un relato honesto y que no se malinterprete en la forma y en el uso de las imágenes, fuera del acto coercitivo que toca las emociones, volviendo héroes a estas personas. Ya decía Vilma Piedade, escritora antirracista y mujer negra que:
“El racismo es inmovilizador. De hecho, esta es su función -seguir existiendo para mantener la blanquitud como un proyecto ideológico cada vez más consistente, dominador, excluyente…”.
El problema recae en el hábito de las activistas, creadoras y feministas no racializadas de tomar nuestra voz, historias y conceptos relacionados con nuestra negritud y ancestralidad para darle respaldo a sus luchas cuando claramente nuestras realidades no les atraviesan. Creo que esa podría ser una reflexión para el futuro cercano de los feminismos y del activismo en sí: la necesidad de fomentar nuevas formas de contar historias, de acercarnos a las comunidades sin quitarles el foco a quienes merecen hacer escuchar su voz.
La falta de un verdadero proceso de decolonialismo hace que no se cuestionen los métodos para construir diálogos visuales fuera de la figura del blanco que salva a todes. El feminismo que se lee a sí mismo como interseccional debe sumar a sus fundamentos no sólo el proceso de deconstrucción que nos abre los ojos ante la violencia sexista y las desigualdades de género que nos oprimen a las mujeres, sino también, el proceso de decolonización del pensamiento y hasta del sentir. De esta manera, sus acciones y soluciones nos incluirían y considerarán como sujetas que atraviesan la vida desde la doloridad y no estaríamos como “movimiento” atacando, violentando y lastimando a una mujer que cometió a lo mejor un error