El trabajo sexual ha sido muy cuestionado por los distintos feminismos y más aún por la sociedad androcéntrica, machista y patriarcal en la que vivimos, por lo que resulta complicado alcanzar el pleno goce de los derechos de este grupo social. En particular el derecho a la salud de las trabajadoras sexuales ha sido reconocido y garantizado en función de la salud de los clientes y no de ellas. Históricamente, las mujeres que ejercen el trabajo sexual no han sido consideradas como sujetos de derechos sino como objeto de regulación de los Estados. Por lo tanto, sus derechos han sido invisibilizados y en muchos casos anulados.
Esta es una realidad que existe en todo el mundo, pero que todavía es vista con estigma, discriminación y falta de sensibilidad humana hacia las personas que lo ejercen. A pesar de que es un trabajo legal en algunos países, ninguno ha sido capaz de crear condiciones que favorezcan a las trabajadoras sexuales, con reglamentos o normas que garanticen sus derechos. La falta de planificación y legislación ha dejado a estas mujeres en una situación de vulnerabilidad, sin apoyo del Estado ni espacios oficiales para las infancias, lo que complica aún más su situación en momentos de crisis económica.
El primer desafío que enfrentan las trabajadoras sexuales es trascender la doble moral que tienen las personas que toman las decisiones, que por lo general son hombres. Es necesario modificar la visión patriarcal que nos anula y reconocer a las trabajadoras sexuales como seres humanos con derechos, que merecen respeto y autonomía en su trabajo.
La discriminación y el estigma son los principales obstáculos que debe superar este grupo social para lograr la plena realización de sus derechos. Es necesario deconstruirnos desde lo colectivo, hablar con ellas y entender sus realidades, para poder apoyarlas en su lucha. La articulación colectiva entre mujeres es clave para alcanzar los derechos para las trabajadoras sexuales, así como para abogar por la igualdad de género en el mundo del trabajo.
Hay una necesidad de mirar la problemática desde una perspectiva que piense más allá del abolicionismo, que sea consecuente con las condiciones reales y actuales de estas mujeres, para avanzar en la agenda feminista por la lucha de los derechos de las trabajadoras sexuales, es necesario implementar estrategias y tácticas que les permitan organizarse y luchar por sus derechos. Los sindicatos podrían ser una herramienta importante para la defensa de los derechos laborales, así como para la incidencia política y social de este grupo específico.
Además, es fundamental crear alianzas con otros movimientos sociales y feministas, generar formas de trabajo en colectivo y crear redes de apoyo autogestionadas. Es importante hacer flyers, panfletos y otros formatos informativos para educar y buscar tejer redes de apoyo, así como hacer un mapeo que permita ubicar los espacios que comparten las trabajadoras sexuales y desde allí gestionar acciones que estén a su alcance.
Es importante recordar que la lucha por los derechos de las trabajadoras sexuales es una lucha feminista, que busca la igualdad de género en el mundo del trabajo y la autonomía de las mujeres para decidir sobre sus cuerpos y sus vidas. Ejercer el liderazgo dentro de los espacios del trabajo sexual, para activar la planificación y superar los retos que se presentan en esta lucha.
En este sentido, la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW) es un marco importante para la lucha por los derechos de las trabajadoras sexuales. La defensa de las banderas históricas de lucha y la creación de nuevas formas de organización son fundamentales para alcanzar la igualdad de género y la justicia social.
La articulación colectiva entre mujeres y la creación de alianzas con otros movimientos sociales y feministas, son clave para lograr los derechos y la igualdad de condiciones que todas las personas merecemos.